Reflexiones: La energía mal aprovechada.

Frente a la grave crisis energética que afrontamos (cortes de luz, escasez de combustible), las críticas suelen apuntar a la imprevisión en inversiones para generar o distribuir más electricidad, gas, extraer o refinar más petróleo, etcétera.

Sin embargo: ¿está siendo utilizada la energía ya disponible de la forma más eficiente para satisfacer un conjunto determinado de necesidades? La respuesta es, definitivamente,

no.

Los pueblos primitivos ponían especial cuidado en aprovechar las características climáticas del lugar al construir su hábitat. No les sobraban recursos para acondicionar térmicamente luego esas viviendas y estaban obligados a optimizar orientación, aislaciones, etcétera.

La construcción "moderna" en nuestro país, en cambio, se hace con absoluto desprecio de estos aspectos, descontando que luego se dispondrá de ilimitados recursos energéticos para calefacción, acondicionadores de aire, iluminación, calentamiento de agua, etcétera.

Los constructores miran exclusivamente cómo reducir costos monetarios de edificación, sin importarles si luego el usuario gasta una fortuna a lo largo de la vida del edificio para intentar (y no siempre lograr) un clima interior confortable.

Sin ningún costo adicional se podrían evitar diseños arquitectónicos como los del Centro Municipal de Distrito Oeste: ciego de ventanas al norte (donde se podría haber aprovechado el calor solar invernal), lleno de áreas vidriadas sin protección al oeste (y por tanto un horno en verano). No es casual que luego no haya equipo de acondicionamiento térmico que le alcance.

Con escaso costo adicional, se podrían aislar térmicamente los edificios y limitar las pérdidas de calor indeseables del invierno y las ganancias inconvenientes del verano. En la zona bioclimática en la que está Rosario es posible construir edificios que no requieran prácticamente calefacción ni aire acondicionado. Y sin embargo: ¡son los acondicionadores y las estufas quienes hacen colapsar aquí a la EPE en los picos de calor y frío!

En países europeos y EEUU, esto se comprendió inmediatamente después de la crisis petrolera de 1973 y se sancionaron normas tendientes al ahorro y la eficiencia energética, logrando bajar el consumo entre un 15 y un 45%, según los países. En la actualidad la Unión Europea se propone mejorarlas y reducir otro 20 %. En Argentina, en cambio, estos temas, aunque logran consenso unánime en las reuniones técnicas o científicas, están ausentes de la agenda política.

Cuando decisiones políticas de EEUU y Europa _tomadas en función de sus intereses_ determinaron que producir agrocombustibles sería otro muy buen negocio para el complejo sojero que ya está generando gravísimos problemas ambientales y sociales en nuestro país, los parlamentos nacional y provincial corrieron a sancionar leyes que desgravan impositivamente esas producciones, ya de por sí rentables. Esas leyes se cubrieron además de un aura "ambiental" o "verde".

No se advierte en cambio similar premura para impulsar políticas que incluyan: 1) reemplazo de lámparas incandescentes por las de bajo consumo, 2) reemplazo de los electrodomésticos poco eficientes, 3) normas obligatorias para el diseño ambientalmente consciente de los edificios, 4) enseñanza sistemática del uso racional de la energía desde los primeros niveles de la educación (no alcanzan las publicidades espasmódicas en los momentos del descalabro), 5) políticas específicas para los sectores de bajos ingresos que les garanticen el acceso seguro a la energía, pero generando simultáneamente un uso adecuado de la misma, 6) desaliento a la utilización de autos particulares al menos en el centro de las ciudades y estímulo del uso del transporte público, 7) medidas para mejorar la eficiencia energética en la industria, etcétera.

Una política de este tipo permitiría ahorrar varias usinas como la de Timbúes. La falta de ella en cambio, se refleja en el increíble hecho que mientras en otros países el consumo de energía crece mucho más lentamente que el PBI, aquí ocurre lo opuesto.

La generación de energía, como la quema de combustibles en vehículos, trae inevitablemente aparejados costos ambientales; es por lo tanto una de nuestras responsabilidades, como parte del género humano, tratar de minimizarlas.

Por otro lado, en un país donde el 90% de la energía primaria es de origen fósil, no está demás recordar que las reservas de gas y petróleo han caído desde 35 y 13 años respectivamente, a algo más de 8 _privatización mediante_, por gracia de las compañías privadas que privilegian la exportación sobre el abastecimiento de la población y han incumplido sus compromisos de exploración. Además de ser imperativa la recuperación esos recursos, no nos podemos dar el lujo de seguir derrochándolos.

Alberto Cortés
(*) Ex concejal de Rosario

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